Cómo negociar con nuestra pareja

La capacidad de negociación que tiene una pareja es uno de los principales indicativos de salud de ésta. Gestionar adecuadamente los conflictos que aparecen en el día a día es una de las claves del éxito y la satisfacción de vivir en pareja. Las parejas que aprenden a negociar y afrontan creativamente sus diferencias están más unidas frente a las adversidades y perduran en el tiempo. Por el contrario, las que no adquieren esas capacidades, tienden a deteriorarse y tienen más probabilidades de separarse.

¿Por qué muchas parejas fracasan en sus intentos de negociar? En la mayor parte de los casos se debe a que no saben hacerlo. Muchas personas creen que el conflicto es algo negativo, por lo que lo evitan, lo posponen o se enfrentan a él tratando de someter la voluntad de su pareja.

En el artículo anterior (“Poder, rivalidad y conflicto en las relaciones de pareja”) tratamos de desmitificar las connotaciones negativas asociadas a las palabras poder y conflicto. Decíamos que el conflicto no es algo negativo, sino un indicador de que algo en la relación de pareja no está funcionando bien y debe ser revisado.

Hay tres preguntas fundamentales que hemos de hacernos cuando surge un conflicto en nuestra relación. ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos pasa? ¿Cómo podemos solucionarlo? Un conflicto es siempre una oportunidad de cambio y según se gestione, la relación de pareja saldrá fortalecida o deteriorada.

Podemos definir el conflicto en la pareja como una situación en la que las personas que la forman perciben que sus metas son incompatibles con las del otro. Éste énfasis en la percepción es muy importante, porque, como veremos a continuación, cuando se analizan en profundidad las metas, en muchos casos no son incompatibles, aunque los integrantes de la pareja perciban lo contrario.

Un relato clásico en negociación que ilustra los problemas derivados de la percepción de metas incompatibles es el dilema de la naranja. En él, dos hermanas discuten por una naranja: una la quiere para exprimir un zumo, mientras que la otra desea hacer un bizcocho. La mayoría de las personas resuelven el dilema empleando una decisión salomónica, es decir, dividiendo la naranja por la mitad, de forma que cada hermana reciba media naranja. Sólo algunos pocos emplean lo que se denomina “una solución creativa”, que consiste en darse cuenta de que para hacer un bizcocho sólo se necesita la rayadura de la piel de la naranja, por lo que una de las hermanas puede hacerse el zumo y después dar a la otra la cáscara, dejando claro así que los objetivos de las hermanas eran compatibles.

Veamos ahora un ejemplo de conflicto de pareja:

Carmen y Antonio llevan 7 años viviendo juntos. Carmen echa de menos los momentos de emoción del inicio de la relación de pareja. A los dos les gusta la música y solían salir por la noche. A Carmen le gusta bailar y se ha apuntado a clases de salsa en el gimnasio. Tiene la impresión de que Antonio no tiene en cuenta sus necesidades. Ha llegado el fin de semana y Carmen quiere ir a bailar. Cuando se dispone a decírselo, él ha encendido el televisor y está cómodamente sentado en el sofá. Carmen se acerca y le dice: “Siempre te quedas viendo el fútbol el sábado por la noche”. Antonio suspira sin parpadear y Carmen abandona el salón enfadada. Al día siguiente, Carmen sigue molesta por lo sucedido. Cuando Antonio le pregunta qué le pasa, ella le contesta: “Ya sabes lo que me pasa”.

Esta pequeña viñeta de la vida cotidiana nos muestra una de las primeras dificultades que surgen en la comunicación y que obstruye el proceso de negociación. Nos cuesta traducir nuestros deseos en peticiones. Carmen quería ir a bailar, pero lo que dice es: “Siempre te quedas viendo el fútbol el sábado por la noche”. De lo que Carmen quería decir a lo que realmente dice hay un abismo.

Por eso es importante cuando vamos a comenzar una negociación pararnos a pensar qué es lo que esperamos conseguir y cómo expresarlo con palabras.

“Siempre te quedas viendo el partido” es un reproche y no le da a Antonio la información necesaria para complacerla, porque no le dice qué es lo que quiere. Antonio puede entender que Carmen está enfadada o que piensa que “es un muermo”, pero no tiene una bola de cristal que le permita saber que Carmen quiere ir a bailar. Cabe la posibilidad además de que la pareja inicie una guerra fría de silencios y rencor que vaya deteriorando la relación.

Imaginemos que, en lugar de lo anterior, Carmen hubiese dicho: “Me gustaría ir a bailar”. Es probable que Antonio hubiese rechazado igualmente la petición. Sin embargo, proporcionar información es el primer paso para comenzar un proceso de negociación; a continuación, es fundamental realizar preguntas que nos permitan entender las motivaciones del otro, legitimar sus pensamientos y emociones y plantear alternativas.

Éste sería un ejemplo:

  • Carmen: Me gustaría ir a bailar esta noche.
  • Antonio: ¿Bailar? Estoy viendo el derbi. ¿No vas a clase en el gimnasio?
  • Carmen: Pero no contigo, sé que te gusta mucho el fútbol, pero me apetecería mucho salir a bailar. Podríamos ir cuando acabe.
  • Antonio: Carmen, sabes que no me gusta bailar, me siento muy torpe
  • Carmen: Jajaja, ya sé que no eres Patrick Swayze, ni falta que hace. Me apetecería arreglarnos y salir a tomar una copa como cuando éramos novios. Echo de menos esa sensación.
  • Antonio: Entonces no había reggaeton, en los 80 sí que había buena música.
  • Carmen: Me han dicho de un sitio que ponen música de los 80, podría ser divertido, venga… ¡Anímate!
  • Antonio: Estoy roto, el partido acaba a las 23h y mañana querías ir al Ikea…
  • Carmen: Es verdad, bueno lo del Ikea puede esperar, mañana podríamos quedarnos haciendo el vago con la mantita, peli y pizza.
  • Antonio: Eso suena bien, me ducho en el intermedio y salimos cuando acabe el partido.

La manera de hablar de Carmen ha posibilitado que Antonio explicara sus temores (vergüenza frente a la idea de bailar reggaeton) y que comprendiera las motivaciones de Carmen (arreglarse y hacer algo juntos). Eso ha facilitado que encuentren una solución creativa, en la que ambos ganan y que se traduce en un fortalecimiento de la relación de pareja.

Puede que esta escena le resulte al lector un tanto naif, porque la pareja no discute de algo más trascendente como la educación de los hijos. Sin embargo, la negociación de las situaciones cotidianas es el espejo de los patrones relacionales de la pareja. Hay parejas que evitan o posponen las negociaciones, otras que rivalizan por el poder y otras que transforman la aparente incompatibilidad de las metas en soluciones creativas. El patrón relacional suele ser similar independientemente del tema de discusión.

Decálogo para alcanzar el éxito en la negociación con la pareja:

  1. Reflexionar sobre lo que quiero conseguir.
  2. Traducir mis deseos a palabras con claridad, evitando hacer reproches o pensando que parte de la información se sobreentiende.
  3. Expresarme en primera persona. Evitar generalizaciones como “las parejas deberían…” o comparaciones “El marido de…”.
  4. Preguntar al otro qué quiere y por qué.
  5. Escuchar, estar atento a lo que el otro dice y los motivos que subyacen a sus resistencias.
  6. Proponer alternativas.
  7. Ceder.
  8. Durante el proceso de negociación, pararme a pensar sobre si estoy negociando metas o posiciones de poder.
  9. Si el otro lleva la discusión hacia posiciones de poder, reconducir la conversación hacia las metas.
  10. Reflexionar sobre las consecuencias que el desenlace de la negociación tendrá sobre la relación de pareja, porque… ¿realmente queremos negociar y conseguir nuestro objetivo o lo que queremos es simplemente pelear y mostrar nuestro disgusto sin proponer nada a cambio?

Celia Arroyo

Psicóloga y Psicoterapeuta