La muerte de pareja es uno de los acontecimientos más dolorosos y estresantes en la vida del ser humano. Sólo los que lo han experimentado entienden cuán desgarrador puede llegar a ser.
No podemos escoger la familia en la que nacemos pero sí la que formaremos, de hecho eso es lo que hacemos cuando nos comprometemos con una pareja. El pasado nos viene dado, pero para una persona con cierto nivel de salud mental, el futuro es algo sobre lo que se pueden tomar decisiones.
Caminamos por el mundo con un cierto nivel de certeza, con una sensación de que podemos controlar nuestras vidas. Cuando acontece un hecho traumático como lo es la muerte de un ser querido, especialmente cuando ésta es repentina, perdemos la sensación de que el mundo es un lugar sobre el que tenemos control. La muerte no sólo se lleva a la persona que amamos, sino también nuestro proyecto de vida, nuestras ilusiones, deseos y esperanzas.
La palabra duelo procede etimológicamente del término latino dolus, que significa dolor. En psicología, cuando hablamos del duelo nos referimos precisamente a la elaboración del dolor por la pérdida de algo o alguien. El duelo conlleva varias etapas: negación, ira, tristeza y aceptación. Estas etapas se presentan como cronológicas, aunque puede solaparse y no son necesariamente lineales.
La primera reacción ante la pérdida es la negación. Rosa Montero la describe muy bien en la frase que da título a una de sus novelas: ‘La ridícula idea de no volver a verte’. Esta frase ilustra a la perfección la incredulidad ante la pérdida, el decir “esto no puede estar pasándome a mí”. Pensar que no volveremos a ver a la persona que amamos produce un vértigo que lo convierte en absurdo, en ridículo. Frecuentemente, quienes acaban de perder a un ser querido se despiertan creyendo que ha sido una pesadilla y en cada despertar reviven la confusión y el desconsuelo.
Un episodio de la serie británica ‘Black Mirror’ ilustra cómo algunas personas pueden quedarse estancadas en esta fase. En este capítulo, titulado ‘Be Right Back’, se muestra un futuro en el que los muertos reviven gracias a la huella que dejan en internet: vídeos, imágenes, conversaciones, etc. Esta memoria virtual se inserta en un cuerpo artificial, creando una especie de clon. Así es como la protagonista del episodio crea un sucedáneo de su difunto esposo. La fantasía de no dejar ir a los muertos, de devolverles a la vida, no es nueva, es la esencia del ‘Frankenstein’ de Mary Shelley.
Dejar ir a nuestros muertos es probablemente la tarea más dura a la que nos enfrentamos los vivos. De ahí la importancia de los ritos funerarios. Los vikingos depositaban a sus muertos en barcas, lo que simbolizaba la idea de dejarles marchar. Las barcas eran piras funerarias flotantes que ardían mientras se alejaban de las costas. Algo parecido sucedía en algunas regiones de la India.
Los velatorios y ritos funerarios ofrecen un espacio para despedirse y honrar al difunto y facilitan la elaboración de los duelos.
Poco a poco, la negación va dejando paso a la rabia. En esta etapa es normal que la persona busque culpables o proyecte su ira en los demás. Algunos autores distinguen las fases de rabia y tristeza. Sin embargo, es habitual que se alternen episodios de ira con otros de profunda pena.
Es importante permitir a la persona sentirse triste y expresar sus emociones negativas.
Si el duelo se desarrolla con normalidad, poco a poco la persona irá aceptando la pérdida y adaptándose a su nueva realidad. Irá reconstruyendo su proyecto de vida y volverá a experimentar alegría y ganas de vivir.
Algunos autores cifran en un año la elaboración del duelo, pero es difícil hablar de un periodo de tiempo concreto. Éste va a depender de factores como la personalidad, las capacidades resilientes, el tipo de vínculo que había con el difunto, las circunstancias de la muerte, el momento vital, las creencias religiosas y la calidad de la red de apoyo social.
Cuando la muerte se produce de manera inesperada, la persona no tiene tiempo de despedirse. Cuenta Rosa Montero en ‘La ridícula idea de no volver a verte’ cómo Marie Curie discutió con su esposo pocas horas antes de que éste fuese arrollado por un coche de caballos.
Tras la muerte de Pierre Curie, su mujer comenzó a escribirle cartas. He aquí un fragmento que recoge Rosa Montero en su novela:
“Salías, tenías prisa, yo me estaba ocupando de las niñas, y te marchabas preguntándome en voz baja si iría al laboratorio. Te contesté que no lo sabía y te pedí que no me presionaras. Y justo entonces te fuiste; la última frase que te dirigí no fue una frase de amor y ternura. Luego, ya sólo te vi muerto”.
Estas cartas fueron interpretadas por algunos como un intento de comunicación paranormal de Marie hacia Pierre, pues era la época del auge de estas creencias. Sin embargo, como muy bien apunta Rosa Montero, “Marie se dirige a Pierre porque no pudo despedirse, porque no pudo completar la narración de su existencia en común […] para vivir tenemos que narrarnos, somos un producto de nuestra imaginación […] por eso cuando alguien muere […] hay que escribir el final. El final de la vida de quien muere, pero además el final de nuestra vida en común”.
Las muertes inesperadas añaden una complicación al proceso de duelo, y es que a menudo surge la idea de que la muerte podría haberse evitado. Esta idea aparece en forma de culpa. “Si yo no hubiera hecho esto o aquello, si no hubiera dicho…”.
La culpa es uno de los principales enemigos del duelo. Podemos sentirnos culpables de no haber aprovechado el tiempo que pasamos con nuestra pareja, de no haberle dicho cuánto le amábamos, del tiempo que desperdiciamos en peleas, etc. Pero hay una culpa aún peor, una realmente patológica que puede interrumpir el proceso de duelo: la culpa de estar vivo.
Algunas personas se convierten en zombis, en muertos en vida, porque sienten que volver a disfrutar es traicionar al difunto. Y ya no digamos volver a amar. Ésa sería una traición de dimensiones colosales.
Este sentimiento es más probable en parejas con vínculos inseguros, relaciones tormentosas o de dependencia. Los vínculos sanos facilitan duelos sanos mientras que los vínculos patológicos tienen más probabilidades de derivar en duelos patológicos: depresión, consumo de alcohol y drogas, incapacidad para reconstruir el proyecto de vida…
Cuando esto sucede o cuando el duelo no se ha terminado de elaborar pasados dos años, conviene buscar ayuda profesional.
Recomendaciones de interés general
Celia Arroyo Psicóloga y psicoterapéuta