“Hace dos generaciones las mujeres querían dar un hijo a sus maridos. Hoy quieren dar un padre a su hijo. Los valores familiares se ponen en marcha en torno al pequeño. Esta ‘pasión por la infancia’, que organiza los entornos afectivos de los niños estadounidenses y que acaba de poner pie en Europa, produce bebés gigantes de narcisismo hipertrofiado. Él es quien desde ahora posee la autoridad”. B. Cyrulnik
En ningún otro momento histórico los padres han tenido tanto acceso a la información sobre cómo educar a los hijos. Manuales, escuelas de padres, psicólogos, pedagogos, etc. Podría decirse que estamos en la era de la infancia, aunque paradójicamente cada vez nacen menos niños en los denominados países desarrollados. Algunos autores han hablado del niño como el nuevo artículo de lujo de nuestra sociedad. Las personas tienen cada vez menos hijos y los tienen cada vez más tarde. Esto los convierte en niños muy deseados. Este fenómeno revierte en un aumento de los ‘bebés grandes’ que retrató el cineasta japonés Hayao Miyazaki en el bebé de Yubaba, la bruja de su famoso largometraje de animación ‘El viaje de Chihiro’.
Los ‘bebés grandes’ son niños mimados que no alcanzarán la madurez emocional.
Cuenta Cyrulnik en su libro ‘El amor que nos cura’ que el 25 por ciento de las llamadas telefónicas dirigidas a asociaciones contra los malos tratos son efectuadas por padres. Algo similar ocurre en Japón, donde el fenómeno del adolescente tirano desespera a toda la población. Mientras, en China, tras la entrada en vigor de ley del único hijo, se ha registrado un aumento considerable de los diagnósticos de trastorno de hiperactividad.
Sabemos desde hace tiempo que los hijos de familias numerosas presentan mejor salud mental y es muy probable que se deba al establecimiento de los límites. Donde fallan los padres, los hermanos establecen las normas. En las familias numerosas, los niños tienen que lidiar con la frustración de no poder obtener la atención desmedida que a menudo recibe el hijo único.
La disminución de las familias no es el único elemento en juego, pues podría compensarse con la implicación de otras personas en la educación del niño, como solía ser el caso de los maestros, ahora atemorizados por padres de bebés gigantes. Actualmente, los padres son los únicos adultos con legitimidad para ejercer la disciplina, pero esto no siempre ha sido así. La disminución del sentimiento de comunidad, la individualización, así como la falta de conciliación de la vida familiar y laboral, dan paso a padres que llegan a casa agotados y que, a menudo, se sienten culpables del poco tiempo que pasan con sus hijos.
En este artículo vamos a hablar del papel que juegan los límites en el desarrollo afectivo infantil, así como de las graves consecuencias que la ausencia de límites tiene sobre la salud mental de los adultos.
Puede pensarse que la ausencia de disciplina genera individuos maleducados, pero las consecuencias van mucho más allá de eso. Los niños a los que no se les ponen límites tienen serias dificultades para desarrollar empatía y amar en la edad adulta. También son más propensos a entrar en relaciones de sumisión, a desarrollar depresión, ansiedad, conductas violentas y adicción al alcohol y otras drogas.
Cuando nacen, los bebés dependen de sus madres para regular el afecto. Conforme van creciendo y ganando en autonomía, van poco a poco aprendiendo a regular sus emociones a través de los límites establecidos por el mundo físico (por ejemplo si toco algo caliente, me quemo) y aquéllos que imponen los padres (si no comparto los juguetes, mamá se enfada y me los quita, es muy frustrante tener que compartir pero es peor no hacerlo). Los límites generan el equilibrio entre la curiosidad y la seguridad, ambas imprescindibles en el desarrollo afectivo.
La curiosidad es un elemento fundamental para la salud mental. Los niños pequeños nacen con ganas de explorar el mundo. Tienen curiosidad por los objetos físicos y por las personas. La curiosidad es la base del deseo, de la motivación, es el motor que nos lleva a probar un plato nuevo, terminar de leer un libro o preguntar a una persona por su estado de ánimo. La curiosidad se traduce en un esfuerzo para alcanzar una respuesta, para saber. Para que haya curiosidad tiene que haber estimulación, pero un exceso de ésta produce el efecto contrario. Esto les sucede a muchos niños y niñas hoy en día.
Cuando a un niño se le da todo hecho se mata su curiosidad y su capacidad de esforzarse para averiguar lo que quiere. Esto genera aburrimiento y puede facilitar estados depresivos o la búsqueda de estímulos extremos para salir de ese mundo plano. Estos estímulos extremos pueden abarcar las conductas de riesgo, el abuso de drogas o incluso la violencia. Un arquetipo que representa muy bien este último caso es el del personaje de Joffrey, el pequeño rey tirano de la famosa saga ‘Juego de tronos’. Alguien que lo ha tenido todo, incapaz de tolerar ninguna frustración, necesita buscar emociones extremas y lo hace a través de la violencia y la crueldad. El personaje de Joffrey es incapaz de sentir empatía o amor hacia otro ser humano. Y es que el desarrollo de la empatía también requiere de la curiosidad, de querer saber sobre el estado interno de los demás.
“Cuando un niño queda cebado por un entorno de plenitud, aprende a convertirse en el centro del mundo, puesto que no tiene necesidad de descubrir el espacio interior de los demás. Tampoco aquí hay alteridad y por tanto no hay sujeto. El afecto para él significa prisión de lo conocido e indiferencia de lo desconocido. Semejante dispositivo afectivo asesina el deseo […]. Estos niños piensan: no me han equipado para la vida… me lo han dado todo y no he logrado hacer nada con ello. Lo que sienten es un sentimiento de devaluación que sólo pueden aliviar agrediendo a los que tienen cerca” B. Cyrulnik
Otra de las consecuencias de la ausencia de disciplina es la dificultad para encontrar algo contra lo que revelarse, lo cual puede desembocar en comportamientos de sumisión, especialmente en las relaciones de pareja. Los límites hacen referencia también a las fronteras que separan a los seres humanos y ayudan a desarrollar la personalidad, a diferenciar donde empieza uno y termina el otro. Por ello su ausencia puede llevar a entregarse de manera sumisa en las relaciones de pareja, relaciones que frecuentemente están vacías de deseo y son la única manera de diferenciarse de los padres.
En el próximo artículo daremos pautas para establecer límites que contribuyan a un crecimiento afectivo saludable.
Recomendaciones de interés general:
Psicóloga y psicoterapeuta