Como cada año llega la Navidad y con ella las calles repletas de luces, el turrón, las vacaciones, el sorteo de la lotería, los villancicos, las reuniones familiares y, cómo no, los regalos. A pesar de ser la temporada más festejada del año, son muchas las personas a las que no les gusta la Navidad y que, incluso, pueden experimentar una profunda tristeza, cuyo origen no identifican con claridad, como le pasa a Bill Murray en su programa especial de Navidad: ‘A Very Murray Christmas’.
Cuando hablo de melancolía navideña no me refiero al estrés típico que acompaña a estas fiestas como las compras, ni a las discusiones sobre con quién se cenará en nochebuena y con quién en nochevieja.
Tampoco a los argumentos racionales que defienden muchas personas para explicar por qué no les gusta la Navidad: Hay quien piensa que se trata de un invento comercial y les disgusta el consumismo que la acompaña, el derroche económico y los excesos de comida y bebida. Otros se quejan de que la vida se paraliza durante dos semanas. Para muchos los compromisos familiares suponen un problema porque tienen que compartir mesa con ese hermano, tío, cuñado, etc., al que no soportan. Todos estos argumentos tienen un elemento en común: defienden la idea de que las navidades son hipócritas y están cargadas de mensajes contradictorios. Pese a sus quejas, la mayoría de estas personas suelen participar y disfrutar de alguna de las tradiciones navideñas.
Ese sentimiento que he querido denominar ‘melancolía navideña’ es algo mucho más profundo, mezcla de tristeza, soledad y nostalgia. El anhelo de haber perdido algo, en ocasiones incierto.
Las consultas de psicoterapia se revolucionan cada año por estas fechas. Algunos pacientes empeoran cuando se acerca la Navidad, mientras que otros se defienden de ella abandonando temporalmente la terapia. Y es que esta época trae consigo lo que en psicoanálisis denominamos regresiones. Esto quiere decir que una parte de nosotros regresa inconscientemente a estados mentales pasados.
Resulta fascinante cómo la mayoría de los fenómenos psicológicos han sido recogidos por la sabiduría popular en forma de mitos o por los grandes escritores en forma de cuentos. Charles Dickens en su obra ‘Cuento de Navidad’ ilustra muy bien la metáfora de la regresión cuando el protagonista, Ebenezer Scrooge, es visitado por el fantasma de las Navidades pasadas que le lleva a revisitar momentos de su infancia y juventud que explican la naturaleza de su actual carácter arisco y avaro.
La Navidad remueve el psiquismo y nos devuelve nuestros fantasmas. En psicología el término fantasma hace referencia a las fantasías, los anhelos y los temores.
Para algunas personas la Navidad es una época triste porque al reunirse toda la familia, se hace aún más presente la pérdida de las personas que amamos y que ya no están con nosotros y se añora la felicidad del tiempo que pasamos juntos. Los duelos pueden reabrirse en estas fechas, especialmente aquellos que no se cerraron adecuadamente.
Pero los duelos no sólo se hacen por la muerte de los seres queridos, sino por cualquier otra pérdida: la juventud, la belleza, el estatus, los sueños que no fueron alcanzados, etc.
Pero… ¿Qué es eso que hemos perdido? ¿Qué echamos de menos en Navidad?
La melancolía navideña tiene que ver con la pérdida de la infancia y la inocencia, con el anhelo de la propia Navidad, aquella que una vez nos gustó. ¡Y nos gustó a todos! Porque nos hizo sentir que el mundo era un lugar mágico.
Conforme nos hacemos adultos, perdemos la sensación de que hay algo mágico, algo sobrenatural que nos trasciende. Probablemente lo más parecido a esto en la edad adulta, para las personas que no tienen creencias religiosas, sea el enamoramiento.
Hace unos días, una amiga me contaba cómo estaba viviendo su hija de 18 meses las Navidades. “No entiende lo que son”, me decía, “pero le fascinan las luces de la calle, los brillos, los escaparates, los adornos, los villancicos ¡le encanta!”. Probablemente a todos nos cautivó la Navidad en algún momento de nuestras vidas. Esta amiga de la que os hablo siempre ha criticado el consumismo de estas fechas. La Navidad había dejado de gustarle, hasta que a través de la reacción de su hija a los colores, olores y sabores de la Navidad, ha recuperado algo de su propia infancia. Este año su hija asistirá por primera vez a la llegada de seres mágicos que, sin ella saberlo, la conocen y le traen regalos. Y ambas disfrutarán ese momento, la madre porque a través de los ojos de su hija regresará a momentos de su propia niñez, a sentimientos de inocencia, ternura, curiosidad e ilusión. Y la niña, además de descubrir un mundo nuevo, inmerso en un relato mágico, percibirá con más fuerza el amor de una madre agradecida de haberle devuelto ese relato.
Las personas con niños pequeños son menos propensas a experimentar melancolía navideña, quizás será porque ese malestar tiene que ver con el anhelo no solo de sentir la magia de la Navidad sino de hacerlo bajo la fascinación de la mirada de nuestros padres.
Para quienes tuvieron la suerte de ser mirados con amor mientras desenvolvían sus regalos o ponían un adorno en el árbol, la melancolía será menos intensa que para aquellos que lo que anhelan es precisamente algo que no tuvieron: la mirada devota de unos padres emocionados.
Complejo pero sencillo al mismo tiempo, la melancolía navideña es la nostalgia por la pérdida de algo que tuvimos o no tuvimos pero deseamos haber tenido, un tiempo mágico que se llama Navidad.
Recomendaciones bibliográficas:
Psicóloga y psicoterapeuta