Afrontar el estrés de ser madre

De un tiempo a esta parte, he visto un incremento de mujeres que acuden a terapia con “depresión posparto”. El diagnóstico lo han elaborado ellas mismas, a menudo ayudadas por sus parejas, sus amistades, sus propias madres y, cómo no, sus suegras.

Con la llegada de internet, es frecuente que las personas que acuden buscando ayuda profesional lo hagan autodiagnosticadas. No voy a detenerme ahora en la inconveniencia de autoetiquetarse en la patología, pues eso nos llevaría muchas líneas.

Paradójicamente, para un psicólogo es muy interesante escuchar los autodiagnósticos, pues nos proporcionan una radiografía de la percepción social en relación a qué se considera saludable y enfermizo.

Lo sano y lo patológico cambian en cada momento social. Los valores compartidos en torno al éxito y la felicidad influyen en nuestras expectativas, generando en ocasiones un gran sufrimiento. Comprender este fenómeno y hacérselo entender a nuestros pacientes es una herramienta imprescindible en el trabajo psicoterapéutico.

¿Qué síntomas presentan las mujeres a las que me refiero? Culpa y estrés, mucho estrés.

Son mujeres que no encajan en el diagnóstico de depresión posparto incluido en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSMV) dentro de los trastornos del estado de ánimo. Eso es una enfermedad que requiere atención médica y psicológica.

Pero las personas de las que hablo, esas que no padecen una depresión posparto, sufren. Generalmente, se trata de mujeres mayores de 30 años que han trabajado duro para desarrollar su carrera profesional y han pospuesto la maternidad para encontrar ese buen momento en el que disfrutar de ella. Saben exactamente qué tipo de madres quieren ser, lo tienen todo controlado. Han leído a Carlos González, puede que hasta tengan la cuna de colecho. Están sobradamente preparadas.

Algunas de sus amigas tienen hijos y, aunque se las ve cansadas, aseguran que, cuando se es madre, aparece una fuerza sobrenatural que hace que puedas con todo.

Por eso, cuando nace el bebé y no experimentan esa entereza de la que todo el mundo habla, se sienten inferiores a las otras madres. Parece que a esas otras no les asusta tener un ser humano que depende de ellas para todo y que las requiere todo el día. Son distintas y saben que algo no marcha bien.

Los primeros cuatro meses apenas duermen. Muchas afirman que no tienen tiempo ni para ducharse. Están desbordadas y reciben visitas de otras madres que les dicen “esto es mejor así”, “no le pongas chupete que le deformará la mordida”, “déjale llorar que acabará siendo un malcriado”, “chica parece que no estás contenta”… Es como si el alter ego de Bree Van de Kamp les susurrase constantemente al oído que no lo hacen suficientemente bien y, lo que es peor, que no sienten lo que tienen que sentir. Muchas llegan pensar que no quieren a sus hijos lo suficiente porque ellas se parecen más a Lynette Scavo.

Daniela Aiuto en el Parlamento Europeo
Daniela Aiuto en el Parlamento Europeo

Pero lo peor para muchas de estas madres es la reincorporación al trabajo. Creo que el verdadero problema de estas mujeres es una patología social, porque la conciliación entre la vida laboral y la maternidad es actualmente una utopía. Muchas mujeres se debaten entre la culpa de dejar a su bebé de 5 meses al cuidado de extraños y la presión de no bajar su rendimiento profesional.

Las tesis de Carlos González basadas en respetar el curso natural del desarrollo del bebé, en el que son los padres los que han de adaptarse al niño y no a la inversa, se desmoronan cuando ambos progenitores tienen que cumplir con jornadas de 40 horas semanales. La realidad es que es el bebé el que va a tener que adaptarse a los ritmos del mercado laboral.

Si ser mujer es difícil, ser madre lo complica aún más. Algunas deciden dejar de trabajar, y por supuesto siempre hay quien las tacha de “marujas”. Otras solicitan reducción de jornada, lo que en muchos sectores empresariales está tristemente mal considerado. Son muchas las mujeres que a este respecto señalan que solicitar una reducción de jornada es tirar por la borda su carrera profesional. A menudo ni sus parejas comprenden la decisión de trabajar menos horas, ¡una buena madre puede con todo! Y por supuesto están las que salen de casa muy temprano y llegan muy tarde, son las ambiciosas, aquellas que hasta sus niñeras consideran “malas madres” como le sucedía al personaje de Miranda en “sexo en Nueva York”.

Vivimos en una sociedad que no facilita ni premia la maternidad, llena de mandatos y dobles mensajes acerca de cómo debe comportarse una “buena madre”. El tabú de hablar de lo duro que puede resultar la maternidad hace que muchas mujeres se sientan solas y avergonzadas en sus experiencias. Están estresadas y desbordadas y creen que si lo dicen en alto se convertirán en “malas madres”, y en parte, así es, en tanto en cuanto alguien puso el grito en el cielo y las mandó a terapia diagnosticadas de depresión posparto.

Ser madre hoy en día necesita grandes dosis de autoindulgencia. Aceptar que no somos perfectas, ni falta que hace. La maternidad tiene momentos buenos y malos y es importante poder hablar abiertamente de ambos. Creo que es por eso por lo que cuando los hijos entran en edad escolar, las cosas mejoran mucho y es que obligatoriamente la madre entra a formar parte de una comunidad de mujeres que comparten experiencias e inquietudes y entre las que se crean lazos de solidaridad.

No podremos esquivar los mandatos pero sí podemos minimizar su impacto dejando de pensar en qué tipo de madre debemos ser y pensando qué tipo de madre y mujer podemos y queremos ser. No existe la madre perfecta ni el sistema de crianza ideal. El amor, el sentido común y la pertenencia a una comunidad solidaria son los mejores aliados para afrontar el estrés de la maternidad y disfrutar al máximo de las alegrías que traerá consigo la llegada de nuestro bebé.

Recomendaciones de interés general:

http://clubdemalasmadres.com/

Celia Arroyo

Psicóloga y psicoterapeuta